abril 29, 2011

El trabajo es bueno


Desde hace varios días, los niños han estado pidiendo algunos juguetes en particular. Nosotros les hemos dicho que para comprar cosas que nos gustan se necesita dinero, y para tener dinero se necesita trabajar y ahorrar lo que se gana hasta que se tiene la cantidad suficiente.
Nosotros creemos que nuestro papel como papás es ayudar a nuestros hijos a integrarse a nuestra sociedad y convertirse en individuos productivos. Desde hace tiempo he tenido en la cabeza la idea de proveerles a mis hijos la oportunidad de tener un trabajo real y de ganar dinero por su propio esfuerzo.

abril 28, 2011

Parte de una sociedad


Los niños vienen equipados con todo lo necesario para vivir y desarrollarse en este mundo. Su motor interno funciona perfectamente y los impulsará a adquirir a una velocidad vertiginosa, todas las herramientas necesarias para integrarse adecuadamente a la sociedad que los rodea. En poco tiempo, un niño aprenderá a hablar su lengua materna y a utilizarla como medio de comunicación con los miembros de su sociedad; su curiosidad casi insaciable lo llevarán a descubrir y a descifrar el mundo que lo rodea; su entusiasmo por participar y sentirse “parte de”, le permitirán aprender y dominar las habilidades que forman parte de la vida diaria de la sociedad a la que pertenece. 

abril 20, 2011

Un año...

Hoy me estaba acordando que más o menos por estas fechas escribí la primera entrada de este blog. Ahora que reviso los registros, veo que fue el 18 de abril de 2010. El tiempo pasa muy rápido. Sin embargo, al echar un vistazo a lo que he registrado desde entonces, muchas anécdotas parecen tan lejanas, mientras que otras parecen haber sucedido sólo ayer. Estoy muy agradecida por todo lo que ha sucedido durante este año, por lo que hemos aprendido y por cuánto hemos crecido.

Vacaciones


Apenas hoy, cuando vi niños bañarse en una alberca inflable en la cochera de su casa y papás y mamás con shorts y sandalias, y el parque lleno de gente, me percaté de que estamos en días de vacaciones. "¡Ah, vacaciones!" Para mí no hay diferencia. Sigo en el parque, respirando la fresca brisa vespertina mientras que mis hijos corren y brincan, sintiendo el pasto en sus pies descalzos, sin preocupaciones, ni tareas por hacer ni horarios qué seguir... tal y como todos los días lo hacemos.

Ser “niño-céntrico” o permisivo ~ On being “child-centered” or permissive

Lo más probable es que un padre cuyo día se centra exclusivamente en cuidar niños no sólo estará muy aburrido y les parecerá aburrido a otros, sino que también estará brindando un tipo de atención poco saludable. La expectativa de un bebé es estar en medio de la vida de una persona activa, en constante contacto físico, atestiguando las experiencias que él tendrá más tarde en la vida. Su papel al ser llevado en brazos es pasivo, observador con todos sus sentidos. Disfruta de la atención directa ocasional: besos, cosquillas, ser lanzado al aire, y más. Pero su principal ocupación es absorber las acciones, interacciones y todo lo que le rodea a quien lo cuida, adulto o niño. Esta información lo prepara para tomar su lugar entre los suyos, ayudándole a entender lo que ellos hacen. Anular este poderoso impulso – por ejemplo, al mirar inquisitivamente a un bebé que te está mirando inquisitivamente a ti – crea una frustración profunda; esposa su mente. La expectativa del bebé de una figura fuerte, central, y muy ocupada, en cuya periferia desea estar, se ve socavada por una persona emocionalmente necesitada y servil que sólo busca su aceptación o aprobación. Los mensajes que el bebé transmite irán en aumento, pero no para pedir más atención. Serán una verdadera demanda del tipo de experiencia apropiada.
Mucha de su frustración se debe a su incapacidad de hacer que su mensaje (que las cosas están equivocadas) cause que las cosas se arreglen.
Algunos de los niños más exasperados y “contrarios” son aquellos cuyo comportamiento antisocial es realmente una súplica de que se les muestre cómo comportarse cooperativamente. La permisividad constantemente priva a los niños de ejemplos de la vida “adulto-céntrica”, donde puedan encontrar el lugar que buscan en la jerarquía natural de mayor y menor experiencia; donde sus acciones deseables son aceptadas y sus acciones indeseables son rechazadas, mientras que ellos mismos siempre son aceptados. 
Los niños necesitan ver que se da por hecho que ellos son bien intencionados, naturalmente gente social que está tratando de hacer lo correcto y que desea acciones confiables de sus mayores para guiarlos. Un niño busca información acerca de lo que se hace y no se hace; así que si rompe un plato, necesita ver un poco de enojo o tristeza por su destrucción, pero no un retiro de estima hacia él – como si él nunca hubiera estado enojado o triste también por haberlo dejado resbalar y no hubiera decidido por su propia iniciativa ser más cuidadoso.
Si los padres permisivos no distinguen entre actos deseables e indeseables, el niño generalmente interrumpe más y causa más problemas para forzar a sus padres a que jueguen su parte correcta. Luego, cuando no pueden soportar más abuso a su paciencia, los padres explotan con todo su enojo reprimido descargándolo directamente al niño, probablemente diciéndole que “ya fue suficiente” y mandándolo fuera de su vista. El mensaje que recibe es que su comportamiento previo, que ellos estuvieron tolerando, en realidad era malo; que la maldad irremediable del niño finalmente le puso fin a su aceptación fingida. El juego se define de esta forma en muchos hogares, cuyos niños ven que lo que se espera es que traten de “salirse con la suya” con la mayor cantidad de comportamiento indeseable que sea posible, antes de que todo se venga abajo cuando serán vistos como realmente son, como inaceptables.
En algunos casos extremos cuando los padres – generalmente habiendo tenido a su primer hijo muy tarde en la vida – adoran tan desastrosamente a sus pequeños queriditos que nunca dan ninguna muestra de hacer diferencia entre lo que se debe hacer y lo que no, y los niños se acercan al borde de la locura por la frustración. Se rebelan ante cada nueva petición: “¿Te gustaría esto?”, “¿quieres hacer aquello?”, “qué te gustaría comer?”… ¿hacer?... ¿ponerte de ropa?”, “¿qué quieres que mami haga?”  
Conocí a una hermosa niña de dos años y medio que era tratada así. A esa edad ya no sonreía. Recibía cualquier sugerencia aduladora de sus padres, acerca de algo que pudiera agradarle, con un ceño fruncido de descontento y obstinadas repeticiones de “¡No!”. Su rechazo los degradaba aun más, así que el desesperado juego continuaba. La pequeña niña nunca pudo hacer que sus padres se convirtieran en un ejemplo de donde pudiera aprender, pues siempre estaban buscando en ella la guía a seguir. Le habrían dado cualquier cosa que quisiera, pero no pudieron entender su verdadera necesidad de que se ocuparan en vivir sus propias vidas como adultos, con ella en medio de todo.
La enorme cantidad de energía que un niño gasta en tratar de tener atención no es porque necesite la atención en sí. Está transmitiendo el mensaje de que su experiencia es inaceptable, y que solamente está tratando de obtener la atención de su cuidador para corregirla. El impulso de obtener atención que se prolonga durante la vida es simplemente una continuación del fracaso del niño de no haberla obtenido desde el principio, hasta que la búsqueda de que otros adviertan su existencia se convierte en una meta en sí misma, una compulsiva competencia de voluntades.
Por lo tanto, una forma de atención paternal que sólo produce más señales por parte del niño, es claramente inapropiada. La lógica natural prohíbe creer en la evolución de una especie que se caracterice por dirigir a los padres hacia la distracción por las masas. Un vistazo a otros millones de padres en los países tercermundistas – que no han tenido el “privilegio” de ser enseñados a dejar de entender y confiar en sus hijos, revela familias que viven en paz, y que cuentan con una útil y deseosa adición a la fuerza laboral de la familia en cada niño mayor de cuatro años. 
Fragmento tomado del libro: “The Continuum Concept” (El concepto del continuum), de Jean Liedloff
-------- 
A parent whose day centers on child care is not only likely to be bored, and boring to others, but also likely to be giving an unwholesome kind of care. A baby’s expectation is to be in the midst of an active person’s life, in constant physical contact, witnessing the kinds of experiences he will have later in life. His role while in arms is passive, with all his senses observant. He enjoys occasional direct attention, kisses, tickles, being thrown in the air, and so on. But his main business is to absorb the actions, interactions, and surroundings of his caretaker, adult or child. This information prepares him to take place among his people by helping him to understand what they do. To thwart this powerful urge – by looking inquiringly, so to speak, at a baby who is looking inquiringly at you – creates profound frustration; it manacles his mind. The baby’s expectation of a strong, busy central figure, to whom he can be peripheral, is undermined by an emotionally needy, servile person who is seeking his acceptance or approval. The baby will increasingly signal, but it will not be for more attention. It is actually a demand for the appropriate kind of experience. Much of his frustration is due to his inability to make his signals (that things are wrong) bring about anything right.
Some of the most exasperated and “contrary” children are those whose antisocial behavior is really a plea to be shown how to behave cooperatively. Permissiveness constantly deprives children of examples of adult-centered life, where they can find the place they seek in natural hierarchy of greater and lesser experience; where their desirable actions are accepted and their undesirable actions rejected, while they themselves are always accepted.
Children need to see that they are assumed to be well-intentioned, naturally social people who are trying to do the right things and who want reliable reactions from their elders to guide them. A child seeks information about what is done and not done; so, if he breaks a plate, he needs to see some anger or sadness at its destruction, but not a withdrawal of esteem for him – as though he were not also angry or sad at having let it slip and had not resolved on his own initiative to be more careful.
If permissive parents do not distinguish between desirable and undesirable acts, the child often behaves more interruptedly and disruptively in order to force his parents to play their correct part. Then, when they cannot bear any more imposition upon their patience, the parents may explode with all their pent-up anger at the child himself, perhaps telling him they have “had enough” and sending him out of sight. The message he gets is that all his previous behavior, which they were tolerating, was in fact bad; that the irremediable badness of the child finally brought their pretense of acceptance of him to an end. The game is defined this way in many households, whose children come to see that they are expected to try to “get away with” as much undesirable behavior as possible before the axe falls, when they will be revealed in their true colors as unacceptable.
In some extreme cases when parents – often having had their first child late in life – dote so disastrously on their little darlings that they never show any sign of distinguishing between what is to be done and what is not to be done, the children are nearly mad with frustration. They rebel at each new plea: “Would you like to have this?” “Would you like to do that?” “What would you like to eat?... to do?... to wear?” “What do you want Mummy to do?” And so on.
I knew a most beautiful two-and-a-half-year-old girl who was treated like that. Already, she never smiled. Her parents’ every fawning suggestion of something that might please her she greeted with scowls of discontent and obstinate repetitions of “No!” Her rejection made them even more abject, and so the desperate game went on. The little girl was never able to get her parents to set an example from which she could learn, because they were always looking to her for guidance. They would have given her anything she wanted, but could not understand her real need for them to be engaged in living their own lives as adults, with her in their midst.
The enormous amount of energy expended by children in trying to get attention is not because they need attention itself. They are signaling that their experience is unacceptable, and are only trying to get a caretaker’s attention in order to correct it. A lifelong impulse to seek attention is simply a continuation of the frustrated child’s failure to get it in the first place, until the search for notice becomes a goal in itself, a sort of compulsive contest of wills. So a form of parental attention that only brings more signals from the child is clearly an inappropriate one. Natural logic forbids belief in the evolution of a species with the characteristic of driving its parents to distraction by the millions. A look at other millions of parents in Third World countries – who have not had the “privilege” of being taught to stop understanding and trusting their children, reveals families living in peace, and with an eager and useful addition to the family labor in every child over the age of four.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...