julio 24, 2010

¿Aprendimos a hablar o ya sabíamos hacerlo?

En una de mis clases de preparación para enseñar español como lengua extranjera, me tocó estudiar a Noam Chomsky, quien pronto se convirtió en mi genio favorito. Él ha escrito numerosos libros relacionados con Lingüística y Sintaxis, además de que últimamente también escribe acerca de Política.


En ese tiempo conseguí uno de sus libros más famosos: "Estructuras Sintácticas", pero nunca pasé de la introducción. Yo no tengo una mente privilegiada como la de él y no logro entender sus conceptos tan profundos. Pero bueno.  De lo poco que he estudiado - y entendido - de él, hay una teoría que me ha cautivado: el innatismo. Chomsky postula la existencia de un dispositivo cerebral innato, el "órgano del lenguaje", que permite aprender y utilizar el lenguaje de forma casi instintiva. Él propone que ese innatismo lingüístico constituye un sustrato biológico-funcional del cerebro, que permite el habla y la organización lógica del lenguaje.  Comprobó además que los principios generales abstractos de la gramática son universales en la especie humana y a partir de ese mecanismo innato, postuló la existencia de una gramática universal, como el denominador innato común a todas las lenguas que viene a dar respuesta a una necesidad vital de la especie humana.



En otras palabras, lo que él dice es que todos venimos equipados para poder desarrollar el lenguaje de manera natural, y de percibir la gramática de éste, sin que nadie nos lo enseñe. Creo que lo anterior es cierto, porque ¿quién de nosotras le dice a su bebé de año y medio que "mamá" es un sustantivo, y debe ir al principio de la oración? (…bueno, tal vez yo lo he hecho, pero no creo que sea el caso de muchas).  Él también dice que todos los lenguajes del mundo comparten una gramática universal. Es decir, que en todos ellos encontramos las herramientas para expresar personas, acciones, objetos, etc., y esto creo que también tiene lógica... si recordamos la antigua historia de la Torre de Babel…

Creo que el asunto aquí, es que él afirma que el lenguaje no se aprende, sino que se desarrolla. Así como no podemos decir que nuestro bebé *aprendió* a ver, o a oír, tampoco podemos decir que *aprendió* a hablar. Él simplemente desarrolló su órgano de la vista y su órgano del oído; de igual forma, él sólo desarrolló su *órgano del habla*. Lo que nosotros hicimos solamente fue *estimular* esos sentidos para que el niño los desarrollara con mayor facilidad.

Creo que la diferencia es la misma que nos distingue de un perico. Un perico tiene la capacidad de reproducir sonidos, pero no de *hablar* Nosotros podemos enseñarle al perico un sinfín de palabras y él puede recordarlas, e incluso decirlas en el momento oportuno, como resultado de un condicionamiento externo, pero no creo que el perico entienda - con su cerebro o su corazón - lo que las palabras significan y pueda emplearlas por voluntad propia. Los humanos sí. Tenemos la habilidad de *percibir* lo que las palabras significan, aun cuando nadie nos ha explicado su significado. Un niño tiene la habilidad de extraer palabras de una conversación, recordarlas y aplicarlas en el momento preciso. Él tiene la capacidad de saber (sin saberlo conscientemente), si una palabra es un sustantivo, un verbo, un adjetivo, un adverbio, y emplearlas correctamente en una oración. ¿Quién les enseñó eso?



Hace unos días tuve una experiencia que me sorprendió mucho, y de hecho, fue lo que me llevó a recordar todos estos conceptos y a estudiarlos un poco más. Mati estaba haciendo un ejercicio que le puso su papá en la computadora. Le hizo una tabla en Word. En una columna puso una lista de palabras y le dijo que las copiara en la otra columna. Estuvo mucho rato ocupado en eso, hasta que llegó muy acongojado a decirme que había un error y que esa palabra no tenía nada de sentido y que no "coincidía" con las demás. Me acerqué para ver qué era lo que pasaba. Estaba leyendo la palabra "bueno", pero no lograba entenderla. Le dije que allí decía "bueno", y entonces comenzó a frustrarse más, casi al punto de las lágrimas. "¡Esa palabra no coincide con las demás!", me decía.

"A ver", dejé mi trabajo a un lado y concentré toda mi atención en el asunto. "Explícame por qué dices que la palabra "bueno" no coincide con las demás". Entre sollozos de frustración, me explicó que esa palabra era diferente a las demás, y que no debía ir allí. Yo comencé a intuir lo que él trataba de decirme, pero quería que él fuera consciente, así que comencé a hacerle preguntas. "¿Por qué las otras palabras sí coinciden?, ¿en qué son iguales todas?", le pregunté. "Hmm… pues… todas son… cosas… creo…", me contestó, después de pensarlo un rato. Y efectivamente, la lista contenía palabras como: "casa", "carro", "pistola", "pelota", "zapato", etc., "¿Y la palabra "bueno", qué es?, le pregunté de nuevo. "Hmmm… pues no sé… creo que algo diferente, pero no es una cosa que pueda tocar" Claro que yo estaba saboreando el momento. Entonces comencé a explicarle que todas las palabras sirven para cosas diferentes. Algunas palabras sirven para nombrar personas o cosas o animales; otras palabras sirven para decirnos características de esos objetos o personas, como la palabra "bueno". Es una característica, por eso *sentimos* que es diferente a las demás, porque no es un objeto, no la podemos tocar. Poco a poco comenzó a sonreír y a encontrar la solución a su problema. "Entonces, ¡papá se equivocó en la lista!, mezcló dos tipos de palabras", concluyó. "Sí, así es. Tu papá no se fijó en eso. Sólo escogió palabras rápidamente, pero no se fijó en que mezcló las categorías. ¿Qué te parece si hacemos otro ejercicio pero ponemos las categorías separadas?", le propuse. Entonces, se me ocurrió: en ese mismo archivo de Word, puse varias palabras, y le pedí que en la otra columna, él pusiera a qué categoría pertenecían todas esas palabras. Puse palabras como: "papá, mamá, hermano, abuelos", que pertenecen a la categoría de "familia"; o "manzana, plátano, pera, mango", que pertenecen a la categoría de "frutas"; y así sucesivamente. Se quedó muy feliz con su nueva actividad y estuvo ocupado otro buen rato.



Yo me sentía feliz de su nuevo hallazgo, pero también muy sorprendida de que él hubiera *sentido* la diferencia entre un sustantivo y un adjetivo. ¿Quién se lo enseñó? Yo no se lo enseñé, de verdad. Él solito lo percibió. Todo esto me llevó a recordar el innatismo y a querer indagar más sobre él.

Finalmente, yo no sé si el innatismo es cierto o no, y realmente no creo que sea relevante para mi labor diaria. Lo que sí es muy relevante, es ser consciente de que yo no hice nada para que mis hijos aprendieran a hablar; ni siquiera he sido consciente de ese proceso. No lo entendemos. Nadie les enseñó a ver o a oír o a degustar la comida. Simplemente ponemos las cosas a su alcance para que esos sentidos puedan ser estimulados y que ellos aprendan a utilizarlos.

Mi reflexión va enfocada hacia eso: yo no puedo decidir cómo y cuándo aprenden qué. Pero sí puedo darme a mí misma y ponerme a mí misma a su alcance para que puedan aprender. No soy responsable de su proceso de aprendizaje, pero sí soy responsable de los modelos que tienen para aprender. Muchas veces estamos agobiadas, como mamás, para que no se les pase el tiempo de aprender a ir al baño, a dejar el biberón, a hablar, a leer, a escribir, a sumar, a restar, a conocer la historia de México… presionamos a los niños y nos presionamos a nosotras mismas para hacer que todo eso se dé. En la escuela, los niños son forzados a través de procesos artificiales y "exóticos" (como dijo John Holt, en su libro: "Learning all the time", palabra que me encantó) porque creemos que toda esa acumulación de conocimiento realmente les está ayudando de algo. Lo único que estamos haciendo es llenándolos de palabras, como al perico, pero no saben para qué son ni cuándo aplicarlas...

Yo no puedo decidir cuándo y cómo aprenden palabras mis hijos, pero sí puedo decidir si esa palabra que aprendieron es "bueno", o "tonto", y también soy responsable del contexto en el que son utilizadas, porque eso es lo que el niño adquirirá. Igual sucede conmigo: ¿de qué me sirve saber lo que dijo Chomsky o Holt, si me la paso regañando a mis hijos y enojada con ellos? Mi enfoque debe estar en lo verdaderamente significativo y duradero, que es mi propio carácter, mi madurez, y luego el carácter de mis hijos y su madurez. La preocupación no debiera ser: "¿Qué les enseño a mis hijos?", sino: "¿Qué están adquiriendo mis hijos de mí?"

4 comentarios:

  1. Ay sí!! y aunque fueron demasiaaadas palabras (jajaj), pero me gustó mucho cómo aplicas toda esta teoría en cuestiones tan prácticas y que realmente nos deben importar, y hacernos concentrar en nuestros hijos!!
    ...y realmente son

    ResponderEliminar
  2. ...solo 3 páginas y no 6 como te había dicho Pris. (perdón, esta cosa se cerró antes)

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...