Muchos padres creen que la obediencia, el temor y la coerción van tomados de la mano, y que para obtener obediencia es necesario infundir temor al castigo o al peligro que implica salirse de los límites de seguridad. Así que con tal de no herir sus sentimientos ni su autoestima, muchos padres optan por no exigir obediencia de sus hijos y dejar que ellos decidan por sí mismos qué, cuándo y cómo hacerlo. Y entonces, sufren las consecuencias de tener niños voluntariosos que no están dispuestos a escuchar instrucciones de nadie, poniendo en riesgo su propia seguridad, y que necesitan que se los esté convenciendo cada vez que se requiere de su cooperación. Por otro lado, los padres que no se sienten a gusto con esta idea, y sin saber de otra alternativa mejor, se esfuerzan por doblegar la voluntad de sus hijos a través del temor y la coerción, lo que da como resultado hijos frustrados que esperan la primera oportunidad para rebelarse, o niños muy amables y obedientes que siempre hacen todo lo que se les pide, pero cuya motivación temerosa es obtener aprobación y evitar el rechazo.
¿Debemos exigir obediencia de nuestros hijos?