abril 24, 2010

Fuerza de atracción vs. Fuerza de empuje

Nuestra dinámica como padres se asemeja mucho al trabajo de pastorear ovejas. Sin embargo, podemos elegir entre ser un pastor que protege, dirige, apacienta y que va delante de las ovejas atrayéndolas con su voz; o entre ser el perro pastor que moviliza ganados ladrándoles por detrás y atemorizando a las ovejas para que avancen.
Hacer que nuestros hijos nos sigan voluntariamente se logra aplicando una fuerza de atracción en vez de una fuerza de empuje. La diferencia está en que en la primera, tú te pones por delante y atraes; y en la segunda, te pones por detrás y empujas. Una mamá que aplica fuerza de empuje se la pasa gritándoles a sus hijos para que la obedezcan, anda detrás de ellos todo el tiempo repitiéndoles lo que tienen que hacer, los obliga por la fuerza a cumplir sus demandas, y termina el día agotada, frustrada y enojada porque después de todo su esfuerzo, los niños siguen sin querer hacer las cosas voluntariamente. "Si su madre no anda detrás de ustedes, ustedes no hacen nada", una frase típica de las mamás. Por el contrario, una mamá que aplica fuerza de atracción es una mamá feliz, serena, que puede salir a la calle con la tranquilidad de que cuando les llama a sus hijos, ellos vienen y atienden a su voz. Les pide que hagan las cosas una sola vez, y ellos responden.  El secreto radica en ganar su corazón a través de crear una relación sólida y real con ellos. Cuando nos interesamos genuinamente en ellos y los involucramos en nuestras vidas, creamos un "imán" que los atrae hacia nosotros, obtenemos su cooperación, y disminuimos mucho la necesidad de utilizar métodos punitivos o de opresión.  Se me ocurren cinco acciones prácticas y cotidianas que pueden fortalecer enormemente la relación con nuestros hijos:

Hablar, hablar, hablar...

No el tipo de hablar de la vecina de enfrente que ya no sabes cómo cortar. Hablar significa explicar con palabras descriptivas lo que está sucediendo, compartirles nuestras impresiones, nuestros sentimientos. Llamar su atención hacia lo interesante y explicarles cómo funcionan las cosas, por qué suceden.  Muchas veces he visto mamás que les hablan a sus hijos como si fueran bebés, y obviamente, los niños se comportan como bebés. Cuando les hablamos a nuestros niños - por más pequeños que sean - como le hablaríamos a cualquier otra persona a nuestro nivel, ellos se sienten importantes y se comportan así. Además, adquieren mucho vocabulario, pues nos escuchan hablar correctamente y utilizar, sin recelo a que no vayan a entender, los nombres adecuados para cada cosa.

Escuchar el doble de hablar

Tenemos solamente una boca y DOS oídos. Tal vez sea para que escuchemos el doble de lo que hablamos. Escuchar es estar dispuestos a ponerles atención SIEMPRE. Muchas veces estamos sólo "de cuerpo presente", pero nuestra mente está en otro lado, y sólo les "damos el avión" a todo lo que nos están diciendo. Los niños perciben eso. Poco a poco, su corazón se va cerrando y ya no desean compartirlo con nosotros. Es vital darle importancia a todo lo que nos platican, a sus necesidades, a sus peticiones. Saber por qué dicen lo que dicen y por qué piden lo que piden o por qué lloran y hacen berrinches. Muchas veces estamos tan agobiadas por el trabajo de la casa y los niños y las finanzas, que todos los "sonidos" que los niños producen nos causan mucha molestia. Así que cuando escuchamos un llanto o una queja, tendemos a regañar, a aplacar, en vez de indagar con interés cuál es la necesidad detrás. Cuando en nuestro hogar existe un ambiente en el que todos nos podemos expresar sabiendo que seremos escuchados y comprendidos, los hijos tienen una puerta abierta hacia nosotros. Anhelan agradarnos. Es más fácil pedirles que hagan algo, porque lo harán.

Ser incluyentes en toda actividad

Por naturaleza, los niños desean ser aceptados, sentirse útiles. Nosotros podemos suplir esa necesidad incluyéndolos en todo lo que hacemos. Ya sé que el simple hecho de hacer esta declaración ya nos provocó dolor de cabeza y el triple de quehacer, pero créanme: ¡vale la pena!

Cuando estamos dispuestas a aceptar la ayuda de un pequeño, con una actitud gustosa y agradecida, creamos un imán tan grande, ¡que luego ya no sabes cómo quitártelo de encima! Mi segundo hijo, Pablo, de dos años y medio, es un niño con una curiosidad insaciable. Él quiere saberlo todo, pero no sólo en teoría, sino a través de sus CINCO SENTIDOS. Él adora ensuciarse, sentir, tocar, abrir, probar, cerrar, subirse, indagar, desarmar, destapar, descubrir… eso combinado con su impulsividad y agilidad para hacer las cosas antes de que yo logre detenerlo, ya se imaginarán el dolor de estómago que me provoca verlo descubrir el mundo. Últimamente he decidido dejar de mostrarle mi pánico por el tiradero, por que destruya algo, y por que le pase algo, y más bien, mostrarle mi admiración y agradecimiento por estar dispuesto a ayudarme y a hacer las cosas él mismo. He observado que él se siente orgulloso de ser útil y ha tenido el suficiente valor para obtener logros que no había tenido antes. Incluso, he observado que su capacidad de escuchar y seguir instrucciones está incrementando, porque al no sentir mi rechazo inmediato ante una iniciativa, siente la libertad de que nadie lo detendrá de hacer lo que está haciendo y está más relajado para escuchar las condiciones de la tarea. Incluso le he permitido hacer tareas como servirse agua solo, regar el pasto o llevar su plato (rompible) al fregador. Ahora lo veo como una ventaja, porque se está convirtiendo en una ayuda real para mí. De verdad puedo confiar en él para que realice ciertas tareas y tengo la confianza de que las hará bien. Y sobre todo, la relación que se está construyendo entre él y yo, es lo más importante. Pero todo esto tiene un costo alto: hacer a un lado mis prioridades, como terminar las tareas rápidamente, evitar el tiradero, no tener cansancio extra, etc. Es cuestión de evaluar en una balanza qué es lo más importante.

Explicar antes de exigir

Antes de comenzar a jugar, siempre se explican las normas del juego. En los momentos tranquilos del día, cuando todos estamos de buenas, es oportuno hablar de lo que mamá y papá esperamos de los niños. Los niños se sienten tomados en cuenta y con la responsabilidad de responder correctamente, ya que nosotros les estamos confiando la información importante y no sólo les estamos exigiendo que hagan esto o aquello. Cuando damos explicaciones, es importante mirar a los ojos a los niños y asegurarnos de que tenemos su total atención. Aquí en la casa nosotros les decimos a los niños que queremos estar conectados con ellos: sus oídos tienen que estar conectados a nuestra boca; y eso sucede, porque ¡primeramente nuestros oídos se conectaron a sus bocas! Después, nuestro tono de voz debe comunicar firmeza, pero serenidad; elocuencia y emoción. Que los niños se sientan parte de una "misión especial" en donde se requiere de su total cooperación.

Pensemos, por ejemplo, en dos escenarios: En el primero, salen una mamá y un niño de su casa para ir a dar un paseo.  La madre tomó la decisión de salir, porque tanto ella como el niño ya no aguantaban estar adentro. Ella sale cansada y enojada, y el niño sale como chivo loco y trata de cruzar la calle. La mamá se pone histérica a gritarle que no se vaya, corre detrás de él, lo agarra por la fuerza y le descarga su coraje y susto en dos o tres nalgadas, y al mismo tiempo, le reprocha las muchas veces que le ha dicho que no hay que cruzarse la calle.

En el segundo, salen una mamá y un niño de su casa para ir a dar un paseo. Los dos están contentos porque tenían ganas de salir a tomar aire fresco después de haber estado haciendo algunas actividades juntos en casa. Hace algunos días, mientras que cocinaban juntos, la mamá y el niño estuvieron platicando acerca de lo que es la calle. Hablaron de los peligros que hay allí: de la gente desconocida, de los carros que pasan rápido, de que es peligroso acercarse a la orilla, y de que lo más seguro es estar siempre cerca de mamá.  Ahora que están en la calle, el niño camina de la mano de su mamá. De repente, siente curiosidad y se acerca a la orilla. Su mamá, tranquilamente, le recuerda que es importante que se mantenga cerca de ella, con una voz amigable, sin acusarlo de estar haciendo algo malo o desobedeciéndola.  El niño, inmediatamente, dice: "¡ah, sí!" y sonrientemente, vuelve a su lado.

Cuando tenemos una base clara sobre la cual construir, podemos  respirar un clima de libertad y armonía en el que vemos las equivocaciones o los descuidos como resultado de inmadurez, y entonces, traemos a los niños de regreso al camino correcto con tolerancia y paciencia, una y otra vez.

Dar libertad dentro de límites bien establecidos.

Como mamás, muchas veces somos posesivas y sobreprotectoras. Tal vez porque tenemos miedo de que algo malo les pase a nuestros bebés, y en parte, tal vez también porque queremos sentir el placer de saber que tenemos el control de todo y que nuestros hijos nos necesitan siempre.  Nuestra función como padres es instruir a nuestros hijos en SU camino, no en el nuestro; para que cuando sean viejos, no se aparten de él. Esto implica que les damos las herramientas para que ellos vayan alcanzando la madurez y la autosuficiencia… sin nosotras. Cada día me sorprendo más de lo maduros y responsables que pueden ser mis niños, cuando yo les permito sentirse capaces de que pueden hacer cosas, no estando siempre encima de ellos. Cada vez, con más frecuencia, logro hacerles sentir que confío en ellos y que creo que pueden hacerlo. Ellos se sienten responsables y quieren madurar. Últimamente han tenido logros que yo no pensaba que pudieran lograr tan pronto; y una vez más concluyo que nosotras mismas les imponemos limitaciones a nuestros hijos, que ellos en realidad no tienen.  Es importante establecer límites bien definidos: que ellos sepan lo que se espera que hagan. Pero una vez establecido, entonces nos damos la vuelta y dejamos que ellos solos tomen su responsabilidad y también les damos tiempo para que asimilen la información, cometan errores y ellos mismos los corrijan.


Si analizamos bien cada caso, nos daremos cuenta de que los niños muchas veces se portan mal como reacción a una falta de atención por parte de los padres. Si estamos cerca de ellos y nos interesamos genuinamente, es muy raro que tengamos problemas de disciplina que nos lleven a someterlos por la fuerza. Yo he decidido pastorear a mis hijos caminando delante de ellos, creando una relación tan fuerte que les sea irresistible caminar detrás de mí, voluntariamente.

¿Cómo vas a caminar tú?

2 comentarios:

  1. Qué bonito, hermana... ESCRIBISTE MUUUCHOOOO!!!! jajajaa... Pero creo que estás siendo una súper-mamá (así como tus hijos, que son super héroes) con todo lo que haces con ellos. LOVE YOU!
    ps. te faltó el verbo "lenguar" con todo lo que hace Pao.

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  2. Me gustó todo lo que escribiste hijita!!
    Realmente es una muy buena inversión escuchar a nuestros hijos, porque aún cuando lleguen a la adolescencia, sabrán que pueden contar con nosotros como buenos oyentes..
    Te amo!!

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