Mucho más que un novio

Novio. Cuando escucho esa palabra, me imagino a un muchacho guapísimo, alto, bien vestido, que huele rico y que tiene una rosa roja en la mano. Tal vez muchas mujeres tenemos el mismo concepto de esa palabra. Qué emoción tener novio nuevo: las mariposas en el estómago, las salidas, las llamadas por teléfono, los mensajitos, los enojos y las dulces reconciliaciones, las noviadas por las noches…

Hace seis años, mi novio se convirtió en mi esposo. Desde entonces, dejé de tener novio. Se acabaron las mariposas en el estómago. Las llamadas por teléfono ahora duran menos de un minuto y sólo son para decirnos dónde estamos y a qué horas regresamos. Los mensajitos son listas para el súper.  Los enojos suelen suceder cuando la basura se quedó adentro o cuando nos quedamos sin gas porque no se pagó el recibo a tiempo. Las reconciliaciones a veces tienen que posponerse mucho tiempo porque tenemos niños que requieren atención, e incluso, duermen entre nosotros.  Las noviadas por las noches consisten en coincidir en la cocina después de un arduo día de trabajo, mientras que lavamos biberones y hablamos de los pendientes del día siguiente.

Sin embargo, estoy muy lejos de sentirme triste por ya no tener novio. Ahora tengo mucho más que un novio. Tengo un esposo. Un esposo  que no necesita despedirse de mí todas las noches, porque duerme en la misma cama que yo. Tengo a un amigo con quien tengo una vida en común y con quien comparto lo rico de la cotidianidad. Juntos podemos tomar nuestras propias decisiones y afrontar nuestras propias consecuencias, siempre juntos. Tengo un hombre ante cuyos errores puedo sonreír y pacientemente, ayudarle a arreglarlos.  Ahora tengo a un hombre que, después de haberme conocido tal y como soy, me sigue amando incondicionalmente, a pesar de todas mis imperfecciones y defectos; y además, él piensa que soy la mujer más hermosa del mundo. Tengo un hombre en quien puedo confiar una vez más, aun cuando el futuro se ve tan gris que ni siquiera logramos verlo, pero quien se convierte en Supermán cuando me ve tan tranquila, porque sé que él tiene todo bajo control. Junto con este esposo, tengo la seguridad de que pase lo que pase, siempre lo tendré a mi lado, tomando mi mano una y otra vez, para afrontar la vida juntos; y que no importando qué tan grave haya sido nuestro desacuerdo, siempre encontraremos la forma de solucionar las cosas y de fortalecer nuestro amor a través de ello. Tengo a un hombre, que después de todo un día de trabajo, se toma el tiempo de prepararme dos quesadillas suavecitas con mucho queso (como a mí me gustan), y escribirme una nota ¡con su propia mano!

La diferencia entre tener un novio o un esposo, es la base estable sobre la que puedes construir todos los días. Cuando tienes un esposo, sabes que esa base no se mueve y entonces, tienes la confianza y la libertad de poner todos los ladrillos que quieras encima, y hacerlo cada vez más grande, más hermoso y más fuerte. Cuando tienes un novio y no hay una meta bien definida en la relación, lamentablemente, esa base ni siquiera existe y lo que puedas construir, siempre corre el riesgo de derribarse por completo. Los esposos tienen la virtud de dar seguridad y estabilidad; los novios, no. A partir de que te conviertes en esposo, comienzas a vivir en la realidad, a afrontar problemas reales y a vivir la vida tal y como es. Y a pesar de eso, tomas la decisión día con día, de permanecer unido. Eso es verdadero amor. Ese compromiso responsable es el marco dentro del cual se puede luchar, momento a momento, por construir un paraíso terrenal. Cada mañana hay nuevas oportunidades para acercarnos más, para conocernos más, para disfrutarnos más, para tolerarnos más, para amarnos más, teniendo la certeza de que todo va en asenso y de que no existe la posibilidad de echar marcha atrás.

Estoy feliz de haberme cambiado de novio a esposo, y hasta el día en que tenga que partir, seguiré luchando por que cada vez sea mejor. Te amo, mi amor.